Chicago, riqueza filial – SLA John Cotton Dana Award 2012

agosto 2nd, 2012 by Jesus Lau

Chicago, riqueza filial – SLA John Cotton Dana Award 2012

Fotos en Flickr

Con una  mezcla de sensaciones paternales de proteger, de llevar hasta la puerta; de cuidar; de sentir el vacío de la compañía de días anteriores; y de mirarlos entrar hasta a la puerta del avión, el metro o el tren,  me despedí de mis hijos, concluyendo una memorable visita a Chicago, donde recibí el más alto honor, entre otros, que concede la Special Libraries Association: el John Cotton Dana.

 Sentimientos de una despedida.  Mis tres hijos son adultos y fueron educados para serlo, con el eficaz apoyo de su madre, sin embargo no puedo evitar el coctel de emociones de echar de menos  mezclado con felicidad y disfrute de la cercanía y convivencia de casi cinco días con estos tres jóvenes en ese cuarto de techos y dimensiones grandes del Congress Plaza Hotel, un lugar todavía con los destellos y las comodidades del pasado moderno, 1900´s de Chicago, en plena avenida Michigan, frente al ícono de la fuente Buckingham, creo que está entre las tres más grandes del mundo.   La despedida fue a cuenta gotas: Me despedí de mi segundo hijo, Darius, que viajaba por aerolínea y destino diferente al mío, Houston-Guadalajara, pero con un minuto de diferencia, mientras que en mi caso volaba Chicago-México-Veracruz por otra autopista, por lo tanto en terminal diferente.  Nos tocó dejar el hotel y trasladarnos juntos al Aeropuerto O´Hare en tren,  así que durante esos momentos del trayecto sentía la seguridad de tener un apoyo, y de tener todavía al menos a uno de los hijos al lado, pero al llegar al aeropuerto cada uno tuvo que caminar a la terminal que nos correspondía, así que nos abrazamos, nos dijimos la despedida, y partimos por pasillos contrarios, no sin antes voltear a ver como caminaba hacía su dirección portuaria.

 El hijo mayor, Pavel, viajó más temprano de ese mismo día, me levanté cuando ya casi estaba listo para acompañarlo a la terminal del tren, también le di su despedida con los deseos y las palabras de quien desea lo mejor de este mundo para él.  Regresé al hotel y dormí una hora más, que me faltaba para tener la cuota de descanso diario.  Dos días antes, mi hija, Iris, la menor de los tres, se fue al anochecer, no la pude acompañar a la estación, porque tenía una reunión que atender de la Special Libraries Association, así que sus hermanos la encaminaron y fueron quienes le dieron la despedida en la estación del tren, ella viajaba desde el aeropuerto Midway, algo así como el nacional de la ciudad.   Me sentía con el corazón dividido porque no podía ir a despedirla personalmente, pero me decía a mi mismo sus hermanos le proporcionarán el apoyo fraternal propio del momento. Al igual que a sus hermanos, nos dimos el abrazo, nos expresamos los deseos que cada uno tenía para el otro, más un beso como lo hice con los hijos, así concluía una rica convivencia con mis tres hijos, que ya son adultos, que ya dirigen su destino, pero para el capitán todavía, allá en el fondo del pensamiento, son marineros a quienes quisiera acompañar en la proa para protegerlos.

 Viajes de llegada.  Cómo se habrán de imaginar, con estas despedidas individuales, se cerraba un intenso capítulo de felicidad que disfrutamos, unos más y otros menos, esos cinco días mencionados.  Los tres vinieron a acompañarme para estar en la ceremonia de inauguración del Congreso SLA 2012, que organiza la segunda más grande y antigua asociación de este campo en Estados Unidos y por lo tanto, casi creo que del mundo.  En dicha ceremonia de inauguración me entregarían el John Cotton Dana Award, el mayor y de más prestigio que otorga, entre otros, dicha organización.  Dos de los hijos llegaron unas horas o minutos antes de la medianoche del viernes al hotel en Chicago, navegando vuelos, conexiones y recorridos en tren, mientras que el que suscribe arribó un poco después, para lo cual me había levantado a las seis de la mañana del viernes, para descubrir que mi vuelo de las siete y media la mañana lo cancelaban porque el avión estaba descompuesto.  El personal de Aeroméxico, que ya me conoce, muy amablemente, antes de que llegara estaban buscando otros vuelos para lograr la conexión Veracruz-México-Chicago, ninguno de los suyos me podía llevar a Chicago el mismo día, así que me mandaron por United, donde hicieron un espacio, también en forma excepcional, gracias también a que conozco al personal, de cuatro lugares que tenían ya reservados.

 Houston a Chicago.  Así que cuatro horas más tarde salía a Houston, a donde llegué sin contratiempo.  Sin embargo, esa mañana había caído una tormenta, y muchos vuelos estaban retrasados.  Mi conexión de las cuatro PM se posponía para las seis, pero había que estar en la sala por si salía antes, así que no podía irme al salón de dicha aerolínea a usar Internet, sin embargo abordamos todavía una hora más tarde, a lo que hubo que sumar casi hora y media sentado en el avión antes de que elevara vuelo, porque todas las pistas estaban ocupadas.  Despegamos con enorme retraso, pero todavía cuando llegamos a Chicago, en vuelo de tres horas y fracción, el piloto nos anunció que nos daría un paseo por el aeropuerto, ya que nuestra puerta de desembarque estaba ocupada.  Esperamos 45 largos minutos mientras antes de bajarnos, y recoger la maleta y buscar el tren para llegar al centro de Chicago.  Tarde, pero sin problemas abordé el CTA, o tren azul, el cual se detuvo, de pilón, como tres veces porque estaban reparando las vías, y los trenes tenían que compartirlas.  Ya para entonces, con el destino final tan cerca no importaba una o más esperas.  Llegué a la estación de la Biblioteca Pública de Chicago, que según el mapa era la más cercana al hotel, que entre mis pensamientos, me dije que fortuna que tenga esta coincidencia.  Sin embargo el tren no hizo parada ahí, así que tuve que bajarme en la estación siguiente y retornar para descender en la estación Jackson.  Salí al exterior, era casi media noche, para tratar de ubicarme y caminar las cinco cuadras que me separaban del hotel.  Llegué a un solitario supermercado 7 Eleven y le pregunté al empleado sobre el rumbo donde estaba la avenida Michigan.  Ya orientado, caminé jalando al hotel y ahí estaban mis dos hijos, Pavel e Iris, esperándome para registrarnos.  Se miraban un poco cansados, como el que escribe, pero con la algarabía y emoción de vernos, se nos quitó la fatiga y ya con la habitación asignada, la 414, subimos, para después salir a buscar algo de cenar y descubrir Chicago de noche.  Darius lamentablemente no pudo llegar ese día, porque su vuelo de Guadalajara – Houston salió tarde, por la tormenta mencionada, y no había lugares en los vuelos siguientes para conectar a Chicago,  así que se quedó en la capital tapatía y llegó el sábado al atardecer, 24 horas más tarde.

Institute of Art de Chicago.  A la mañana siguiente, sábado, ya todos completos, nos levantamos tarde y nos fuimos a desayunar algo rápido para visitar, bajo un poco de llovizna, el famoso Art Institute de Chicago, uno de los museos más grandes en su género en Estados Unidos, después de Nueva York.  Acordamos dedicar dos horas a recorrer las galerías, pero no fue así, duramos más de cuatro horas, hasta que los guardias nos sacaron, para cerrar, a las seis de la tarde.  Para mí era la tercera vez que visitaba este magnífico museo, mi primicia fue hace algunos ayeres, cuando tenía 26 años y estudiaba la maestría en bibliotecología en Estados Unidos, sin embargo la memoria es tan vaga, que sólo recordaba algunos íconos de esa visita del verano de 1976, cuando la nación norteamericana celebraba sus doscientos años de independencia.  Recorrimos embelesados, los tres, las salas orientales, africanas, latinoamericanas (entre ellas varias piezas arqueológicas mexicanas)y neoclásicas, para luego recorrer el arte plástico del país anfitrión, y las de los grandes clásicos modernos y contemporáneos, cómo Monet, y Degas, y donde había algunas pinturas de Rivera, Orozco y Siqueiros.   Cansados de tanto caminar por las enormes salas, que recorrimos una a una, salimos ya pardeando la tarde ,y bajo avisos de los guardias que ya iban a cerrar,  salimos a buscar algo de comer, para luego descansar un poco, antes de la llegada de Darius esa noche y volver a caminar por las calles de Chicago.

Ensayo en el teatro.  El domingo, era el día principal, nos levantamos tarde porque la noche anterior platicamos largo y tendido.  Los dos hijos y el que suscribe nos fuimos al Centro de Convenciones McCormick a registrarnos y participar en el ensayo de la recepción del reconocimiento, justo al medio día.  Nos reportamos con el encargado de este evento, para el cual ya tenía citados a otros colegas que recibirían los reconocimientos como Fellows, que se otorgan, generalmente  a mitad de la carrera profesional, ellos eran cuatro, más tres de las personas que les entregarían los premios.   Esperé a que tocara mi turno, cuando me explicaron en qué momento debía levantarme, cómo caminar (sin prisas), dónde me detuviera a recibir la estatuilla de vidrio con destellos azul cobalto en forma estilizada de cisne (mi propia interpretación), para luego revisar el texto de mis palabras de agradecimiento, las cuales fueron corregidas ya en el “Teleprompter” con el apoyo del organizador y la dama que estaba a cargo de seguirlo a uno mientras hablaba, mostrando los textos desde las bambalinas del teatro a un monitor de computadora y dos espejo transparentes que reflejaba a la altura de los ojos los textos a decir.  Darius me tomó fotos del ensayo, las cuales creo que fueron más cándidas que las reales de esa tarde.

Ceremonia de premios y reconocimientos.  Regresamos al hotel y en forma acelerada nos vestimos con las mejores ropas que habíamos traído.  Mi hija que se había quedado en el hotel, ya estaba casi lista, así que ella y sus hermanos salieron en busca de comida, mientras yo me preparaba.  Tomamos taxi al centro de convenciones, porque ya no nos alcanzaba el tiempo para irnos en el autobús de cortesía del congreso, que salía cada media hora.  Llegamos a una recepción general del congreso, donde me tomaron fotos en forma individual y con los hijos, para luego irnos al Teatro Aire Crown a tomar nuestros asientos.  A los hijos les habían recomendado llegar temprano, para que tomaran butacas centrales entre las reservadas para invitados especiales.  La ceremonia inaugural inició puntual con los discursos de bienvenida cortos y directos, estilo norteamericano, sin declaración inaugural, ni hora con minutos del inicio.  Después de la bienvenida, empezó la entrega de reconocimientos, todos eran iguales, lo que variaba era la placa de aluminio con el nombre del premio y del recipiente.  Pasaron primero los dos patrocinadores principales del congreso que fueron reconocidos por su apoyo al congreso, luego dos colegas que ingresaron al Salón de la Fama SLA, quienes tuvieron oportunidad de dar palabras de agradecimiento, seguidos por el grupo de nuevos Fellows, para lo cual antes proyectaron sus fotografías  y en forma grabada se daba una sinopsis biográfica.  También se repitió el mismo proceso para los que se entregaron por liderazgo, innovación, y otros dos premios a mentores de generaciones de socios.  Al final de todos los reconocimientos, fue la entrega del mío, donde el presidente de la SLA, señaló que se llegaba al último reconocimiento, por ser el más prestigiado y alto que entregaba la Asociación, mostraron, como en los demás casos, mi fotografía, por cierto la misma que se usó en FIL (la tomaron de mi sitio web), para luego pasar la grabación con mi síntesis biográfica, y pedir, a cargo del presidente de la Asociación, que pasara al estrado.  Con todas las instrucciones en mente, subí al estrado con paso normal, recibí la estatuilla de cristal, saludé y agradecí al presidente, para luego tomar el pódium y dar mi agradecimiento, que ahora les cito textualmente:

It is a great honor to be at this podium! For me, this moment is the culmination of the right places, the right people and the best times that one encounters along the road of life.

In this case, SLA has been a great place to exercise leadership, an excellent place for a myriad of learning opportunities and an awesome organization; where I have met some of the most wonderful information professionals in this hemisphere.

Among them, just to mention a few:

My mentors: Dorothy McGarry, Charlene Baldwin Carol Elliott and Margie Hlava.

To conclude, I dedicate this award to my three children: Pavel, Darius and Iris, who are here tonight, and who allowed me to be away from home, on travel, so many times.

Heartfelt thanks to you all and to SLA, my association!

Emociones.  Al terminar mi breve mensaje, el público del auditorio, que estaba lleno, se pararon y aplaudieron mientras el que suscribe sentía ese calor que recorre las venas cuando la adrenalina salpica el torrente sanguíneo.  Agradecí gestual y oralmente sus aplausos, para abandonar el estrado y cruzar el auditorio hacia el fondo.  Mientras caminaba por el largo pasillo saludé a las personas, que voltearon felicitarme.  Me senté en la parte trasera del enorme teatro, y para distraer o disminuir respiré profundamente, para inhalar la sensación de éxito mezclada con el sentimiento de humildad, porque por mi mente cruzaban esos flashazos de mi paso por la SLA y me preguntaba si lo que había hecho era suficiente para tener esos minutos maravillosos de reconocimientos de mis colegas de este país, considerado el más importante en desarrollo informativo y bibliotecario, con las asociaciones más grandes y exitosas del ramo en este planeta.  Ya digerida la primera dosis emocional, me dispuse a escuchar al ponente magistral inaugural, el conocido evangelista de Apple y otras empresas, Guy Kawasaki.  Al terminar su conferencia, me acerqué a las butacas delanteras, donde estaban mis hijos, pero antes de llegar empezaron los abrazo, saludos de mano y felicitaciones de mis colegas SLA, varios de muchos años de convivencia en congresos y reuniones a lo largo de más de 20 años.  La felicidad me extasiaba un poco, sentía una alegría que me subía al cerebro y trataba de articular las palabras en inglés más adecuadas para agradecer sus deferencias.  Tuve un buen abrazo de los hijos, quienes estaban contentos de vivir el momento y las salutaciones que ellos recibían de los colegas, que en su mayoría estaban sorprendidos porque normalmente no les acompaña la familia.  Recibí al menos durante los días del congreso, por decir un número, unos 25 comentarios que les había enternecido ver que los tres hijos presentes, amén de los elogios y cumplidos a sus físicos y a su dominio del inglés.

Dinámica familiar.  Esa noche, nos fuimos a cenar a un restaurante frente al Instituto de Arte de Chicago, donde comimos e iniciamos una dinámica familiar para platicar lo hecho en los últimos meses, más sus planes para el semestre siguiente, y cómo se sentían, ya que no nos mirábamos desde diciembre, porque los hijos viven en distintas ciudades.  Empezamos, cada quien tenía 15 minutos con reloj en mano, pero nos interrumpieron casi al terminar, porque el restaurante cerraba, era media noche, así que nos fuimos a sentar enfrente, a la escalinata del regio edificio del museo, flanqueados por macetones florales y dos leones, tipo los de la Biblioteca Pública de Nueva York, a continuar con la conversación, la única que faltaba era la mía, la cual hice en tiempo y forma, pero después nos quedamos conversando en forma íntima de nuestros qué, cómos y porqués de nuestras vidas y los planes que teníamos para los siguientes meses.  Llegó la madrugada, y nosotros bajo el resplandor del principal recinto cultural y del arte de Chicago, más la noche que era cálida y seca, más una avenida Michigan que se extendía a ambos lados dando perspectiva a las fachadas de sus tupidos rascacielos, seguimos charlando, pero llegó el momento este momento mágico llegó a su fin y nos preparamos para caminar las cuatro o cinco cuadras que nos separaban del hotel y disponernos a dormir.

Paseo arquitectónico en bote.  El lunes, día último que Iris estaba con nosotros, decidí dar prioridad a estar con ellos, y no ir al congreso, así que nos fuimos a tomar el tour de arquitectura de Chicago en barco.  Los muchachos se encargaron de ir a comprar los boletos a la Fundación de Arquitectura de la ciudad, más los desayunos, para luego caminar un largo trecho a lo largo de la avenida Michigan, y tomar un yate con toda la cubierta  llena de sillas bajo un sol abrazador, que hizo de ese día el más caliente  que se tenía del verano.  El guía, un arquitecto retirado, nos mostró y explicó los detalles arquitectónicos de 105 edificios a la vera del río: Gótico, moderno, Arte Deco, Art Noveau, neoclásico, etc.,  más la narración de historias de las empresas, personas que los construyeron.   El paseo fue una lección de historia y de arte arquitectónico de esta enorme y rica ciudad.  Nos bajamos del yate asoleado y bronceado por el sol que brillaba sin mayor sombra de nubes, para buscar algo de beber, y luego recorrer la mayor parte de la llamada Magnificent Mile, un trecho de la avenida Míchigan, donde están las tiendas y marcas de mayor renombre internacional.

Partida de Iris.  Nos regresamos al hotel a descansar, a dos nos empezaba a doler la cabeza de tanto sol y calor, así que tomamos una siesta para paliar el cansancio.  Iris que deseaba recorrer el Millenium Park no pudo hacerlo, porque se sentía agotada, así que después de recuperar energías, se puso a preparar su maleta y tomar camino al aeropuerto.  Yo tuve que salir antes a una reunión internacional, así que me despedí con esa sensación de que me separaba de alguien, a quien quería mucho, pero que debía dejarla partir.  Ella tenía que trabajar al día siguiente, martes, en Houston, donde pasa un semestre laboral, como parte de su último año de estudios universitarios.  Me fui al congreso, para regresar más tarde a recoger a los dos hijos restantes y salir a recorrer los eventos sociales de algunas divisiones de la SLA, que esa noche ofrecían distintos convivios, principalmente en el Hotel Hilton, el más elegante de Chicago, sus interiores están decorados estilo barroco y piezas de arte original, iluminado con abundantes y enormes candiles franceses, tipo palacetes europeos.  Disfrutamos la noche, donde todavía me encontraba con colegas SLA en los pasillos, o en las salas de las reuniones, que me felicitaban por el reconocimiento, y conversaban con los hijos.  Al salir nos fuimos caminando los tres al Parque Millenium, fue como un homenaje silencioso a la hija o hermana, que se había quedado con ganas de ver ese espacio del enorme parque que se extendía frente a la zona del hotel.  Llegamos a este modernísimo parque, donde hay una figura de frijol gigantesco cromado, donde se reflejan los rascacielos, más otras esculturas, y un enorme concha acústica de acero también cromado, que en cierta medida recuerda la gran Ópera de Sidney, con gajos metálicos sueltos que formaban la circular cubierta del escenario, pero con los asientos al aire libre con un domo simulado.  Nos salimos cuando los guardias, eran las once de la noche, nos dijeron que el parque se cerraba.  La noche tuvo el peso de la ausencia de Iris, que nos hacía falta, de modo que la dinámica familiar tomó ese lapso nocturno para acomodarnos a la convivencia, ahora de un trío.

Llegó el martes, y esa mañana me fui al congreso, regresé a las tres y media de la tarde, y nos trasladamos al muelle, llamado Museum Campus, una bonita y larga escollera, donde están el museo de historia natural Field Museum, el Adler Aquarium y el Planetario Chandler, desde donde se tiene la mejor vista en tierra de los rascacielos de Chicago frente al Lago Michigan, que al unirse al Superior y Erie, forman un lecho acuático tan enorme que no se mira el fin del horizonte, pareciendo un océano.  Nos dedicamos a admirar las vistas de la urbe y a tomar fotos, los muchachos tomaron alguna, haciendo figuras y poses circenses, donde hasta participé en una de ellas y otras ocurrencias.  Fueron momentos de diversión física a pesar de que el sol estaba fuerte y caliente.  Caminamos por la ribera de una pequeña playa, donde se bañaba gente, mientras paralelamente había una exhibición y vendimia hippie con venta de camisetas psicodélicas y accesorios para fumar esa hierba verde que se puso de moda en los 60´s y 70´s, y que nunca dejo de estar en boga desde entonces.

Caminamos de regreso en forma pausada, tomando fotos, platicando, y deteniéndonos donde se nos antojaba recrear la pupila. Ya al final, los hijos quisieron volver al Parque Millenium, los tuve que dejar para irme al hotel y bañarme e ir a las recepciones de las divisiones de la Asociación.  Era la última noche, así que debía cumplir con la parte del social networking.  Los muchachos estuvieron un rato, para luego ir a cenar, para luego volver al multicitado Parque, Pavel deseaba dibujar el frijol cromado.  Volví a media noche, para empezar ya a preparar maletas y retornar a nuestras respectivas ciudades, así que conversamos un poco mientras llenábamos dichas maletas y nos poníamos de acuerdo para el regreso.  Así, concluíamos una intensa, bonita, y memorable visita a Chicago, donde yo me había sentido pavo real al recibir el John Cotton Dana Award, el más alto honor que concede la SLA, y que por primera vez se entregó a un extranjero.  Todo ese flujo de experiencias y sentimientos se quedaban para nuestro haber, en esa gran maleta mental, los recuerdos, vivencias y sentimientos de un viaje al gran Chicago, que no deseábamos mentalmente concluir, especialmente el que suscribe, por la riqueza filial que había tenido en esta fecha tan memorable.