Estonia, Tallin – Preludio de primavera

abril 26th, 2011 by Jesus Lau

 

Venir por segunda vez a esta capital, de la Europa Oriental, fue una grata experiencia. Tallin, Estonia, es una gran ciudad a pesar de lo pequeña, con unos cuatrocientos trece mil habitantes. Estuve una semana completa y toda estuvo bañada de sol, por lo cual realmente me sentí afortunado, no tuve días de lluvia o días grises de invierno.  Los recuerdos de la visita del año pasado, en agosto, cuando también brillaba el sol, me permitieron sentirme familiarizado con algunos aspectos de la ciudad, especialmente con la parte histórica, que reúne uno de los antiguos cascos amurallados mejor conservados en el Norte del continente europeo y es de hecho una ciudad afortunada al no sufrir tanto daño por los bombardeos de la II Guerra Mundial.  Su historia está plagada de invasiones por sus poderosos vecinos: Los suecos y los alemanes en la edad media, y recientemente los nazis y los rusos antes, y durante la era soviética.  Su pasado, como parte de la Unión Soviética, se mira palpablemente en la arquitectura de sus barrios, fuera del centro histórico, dónde se erigen los edificios de departamentos rectangulares o cuadrados de fachadas e interiores austeros y utilitarios, sin mayor creatividad arquitectónica, que resolvieron retos habitacionales en forma masiva, pero sin el desarrollo estético de las ciudades de occidente.

Arribo de medianoche. Llegué a Tallin en vuelo procedente de Copenhague, en una medianoche fría, donde me esperaba Juan Machin y su esposa Doris Agredo, para tomar un taxi rumbo al hostal de la Universidad de Tallin, el viaje fue rápido, ya que todo está cercano.  Me instalé en un pequeño departamento, de un solo cuarto, con baño dentro de un edificio austero, pero que ofrecía las comodidades que requería: Un sofá cama, estufa eléctrica, horno de microondas, tostador de pan, refrigerador y utensilios de cocina para dos personas, más la ropa de cama.   Luego, caminé con Juan y Doris hacia la Universidad para familiarizarme y buscar algo de comer, aunque todo estaba medio oscuro.  Me compré un par de panes en un restaurante familiar, donde el dueño, un señor ruso, no entendía nada de inglés.  Los panes estuvieron empalagosos, pero era lo único que había para cenar, así que me comí ambos.

Supermercado. Al día siguiente, me levanté y me fui a un supermercado bien surtido en la cuadra siguiente, compré lo indispensable para cocinar y ahorrar algunos Euros, ya que todo costaba el doble que en mi ciudad, y eso que tiene unos de los precios más económicos de Europa.  Por ejemplo, los panes de la noche anterior, sencillos y rutinarios, me costaron un Euro cada uno, y con eso podría haber comprado ocho en mi pueblo.  Ignoro, si el precio que me cobraron era para turistas, pero fue caro.  Salí del supermercado con una bolsa de arroz, un pepino, una botella de salsa para espagueti, dos sopas instantáneas, una porción de humus, una docena de huevos, y varias barras de chocolate.  Desayuné huevos duros con arroz a vapor y me preparé para el seminario que facilitaría de 12:00 a 16:00 horas.

Primera cita. Juan, un estudiante de doctorado de Venezuela y graduado de maestría de Bibliotecas Digitales, abreviado DILL (International Master in Digital Library Learning), fue a encontrarme a la residencia, para guiarme a una cita previa a la clase, a las 11:00, con la directora del Instituto de Estudios de la Información, Dra. Tiiu Reimo.  Llegamos a su oficina, una temporal, ya que su anterior edificio estaba siendo recreado.  Me llevó a la cafetería ubicada en un tercer edificio al que llegamos entre pasillos y subiendo y bajando pisos, a ese que era moderno y con una buena cafetería.  Me tomé un café expresso para estar mentalmente despierto en la clase.  Después, casi junto a la cafetería estaba el aula de clases, un espacio moderno, como el resto del edificio.

Entrar al aula fue como encontrarme con el consejo de las Naciones Unidas, creo que cada uno de los 18 o más estudiantes representaba un país, había jóvenes de Bangladesh, Pakistán, China, Uganda, Los Países Bajos, Filipinas, Estados Unidos, Etiopía, Malasia, Noruega, Lituania, Rumania, Turquía, India y China.  En la siguiente clase se incorporaron estudiantes de Cuba, Italia, Azerbaiyán y España.  La clase transcurrió bien, al menos a mi parecer, hice una dinámica rompehielos y luego di una introducción al tema, para proceder a que realizaran varios ejercicios prácticos.  El nom

bre del seminario, fue “Competencias informativas, un primer paso para la administración del conocimiento”.

Cena en centro histórico. Esa noche del jueves, fui invitado a cenar por la Profesora Aira Lepik, en nombre del Instituto de Estudios de la Información de la Universidad de Tallin, a un elegante restaurante de comida japonesa e internacional, llamado Chedi, que mi guía Lonely Planet recomendaba como excelente.  En esa cena debía haber estado Sirje Virkus, la coordinadora en Tallin del Programa de Maestría DILL, pero estaba recuperándose de un resfriado con tos.  La cena fue excelente y el lugar completamente moderno, aunque el edificio por fuera, en su fachada y en su estructura, tuviera siglos de historia.  Los baños eran de primera clase, como esos que hacen ahora con grandes monerías arquitectónicas, que compiten con una sala de estar, tradicionalmente el mejor lugar de una casa.  El restaurante estaba ubicado a media cuadra del hostal, donde llegué por primera

vez a Tallin.  Al terminar la cena y la larga sobremesa, caminamos ya noche, por otras calles de la ciudad antigua, hasta arribar a la plaza principal, una delicia visual de combinación de fachadas, de regias construcciones neoclásicas, Art Nouveau, combinados con estilos barrocos y góticos de la edad media y algunos hasta de la primera parte de esa era, como el ayuntamiento, que databa del siglo doce.  La noche estaba fría, pero seca, así que había que caminar con abrigo.

Mercado ruso – Arepas. Al día siguiente, viernes santo,  me encontré con Juan y con Doris.  Me ll

evaron al mercado ruso, un lugar abierto, sólo con techo de lámina, donde había puestos.   Había verduras, frutas, carnes, quesos, ropa, pero no había casi puestos de comida.  El lugar era interesante, pero carecía del color y el bullicio de los mercados mexicanos que llamamos sobre ruedas, o tianguis en idioma náhuatl.  Compré, por recomendación, queso ruso, bastante bueno, y dos tipos de pan integral, incluyendo uno negro de centeno, más unas mandarinas y una cebolla.  Luego fuimos al departamento de ellos a comer arepas, esa delicia de maíz, que en México quizá les llamaríamos gorditas de maíz blanco, con algo de mantequilla, listas para ser abiertas y rellenas con guisados, cuyas opciones fueron de queso, huevos revueltos, atún con mayonesa y frijoles, que los venezolanos llaman caraotas.  Regresé ya tarde al departamento, descansé y luego trabajé un buen rato, hasta pasada la media noche.  Como señalé, ese día era viernes santo de cuaresma, pero la semana santa es un periodo normal de trabajo y estudio en Estonia, nada de festejos, sólo el día libre para los universitarios.  Creo quizá habría alguna misa, pero nada de crucifixiones o reencarnación de la cuaresma de los países católicos.  Estonia por su pasado socialista soviético, tiene poca religiosidad.  Esa noche salí de nuevo, pero solo, fui a caminar por la parte antigua, para extasiarme de las vistas nocturnas de la ciudad, con las manos metidas en las bolsas del abrigo por el frío. Regresé a media noche, ya cansado y listo para dormir después de un largo día de asueto, bueno, no completo ya que había trabajado un poco en la mañana.

Museos Kadriorg y KUMU. El sábado, después de haber trabajado hasta las 14:00 horas, me fui con Juan y Doris a caminar hacia el parque Kadriorg, nos fuimos por la avenida Narva, que está bordeada con una mezcla de casas d

el siglo 19 y edificios de la era soviética del siglo 20.  Llegamos a la orilla del mar, a la playa Pirita, con una bonita panorámica del Mar, donde había cisnes en el mar, algo que sólo había visto en lagos.  Luego caminamos al parque, para ir a visitar el museo de arte del mismo nombre, ubicado en un regio palacete rosado, que construyó el Zar Pedro el Grande a principios del siglo XVIII.  El lugar era bonito, rodeado de amplios jardines, aunque los árboles parecían secos, no tenían hojas, ya que la Primavera estaba por llegar.  En lugares protegidos del viento había nieve acumulada.  Recorrimos el palacete, lleno de arte estonio de tipo plástico, que incluía esculturas y algo de muebles de la época.  Después nos fuimos a otra parte del parque, a conocer el modernísimo museo KUMU, que tiene un impresionante edificio geométrico, que asemeja un gajo de naranja, pero en tono verdoso de vidrio y acero, en una pequeña colina, que hacía que cualquier foto que se le tomara luciera bonita por las líneas y curvas del museo.  Dicho recinto era bastante grande, de cinco pisos, compite con los museos de urbes de otros países europeos o de Estados Unidos, algo mayor para un país de apenas un millón trescientos mil habitantes y una capital que tiene, algo más de un tercio de la población.  Las colecciones eran principalmente de origen estonio, ruso y algo de otros países.  Tenía obras de los últimos dos siglos, si recuerdo bien.  Una sala notable fue un gran recoveco, en la punta triangular aguda del edificio, donde había decenas de bustos de todo tipo, de notables estonios y extranjeros, que hablaban, recitaban o leían sus propias obras.  Me pareció una distribución novedosa, ya que generalmente los bustos, en este caso cabezas, no son tan atractivos individualmente.

Calles medievales. Después nos fuimos a caminar por la ciudad antigua, a sentir su peso histórico y su armonía arquitectónica.  Tomamos muchas fotos con algunas paradas a ver pequeños detalles de la ciudad.  El resto de la estancia en Tallin, que fue de una semana, incluyó más visitas al casco antiguo, y una segunda cena en el departamento de Juan y Doris, así como la segunda sesión del seminario de cuatro horas.  En la última noche, también fui invitado por Sirje Virkus, coordinadora en Tallin del programa de maestría DILL y Aira Lepik a cenar en un bonito restaurante de comida italiana, donde el decorado principal, muy artístico, era con medias de nylon de dama, eso incluía las lámparas del techo, unas esferas cubiertas de estos materiales, y los pequeños portavelas cuadrados de las mesas, donde el diseño confundía que pieza de vestir, un poco íntima, era usada.  El restaurante en general era moderno de estilo minimalista, dentro de un edificio medieval.

Despedida. El último día, cuando también tuve la última sesión del curso, salí ya con maletas a comer al Swiss Hotel con Sirje Virkus, quien ya casi recuperada de su resfriado, mostraba la energía típica que le identifica.  Desde uno de los pisos más altos, se dominaba el pequeño centro financiero con algunos rascacielos de bancos, y al fondo el puerto desde donde zarpan los ferries a Helsinki, Finlandia.  Comimos del buffet que estaba a punto de terminar, para luego salir al aeropuerto, lugar hasta donde me acompañó Sirje, por lo cual me sentí honrado, ya que era un día laboral y tenía, estoy seguro, una fuerte carga de trabajo por días de ausencia por su gripe.  Terminé el viaje, un martes, con gran satisfacción, porque me permitió conocer el programa DILL y sus alumnos, que provienen de tan diversos países, que su clase se asemeja una sesión de Naciones Unidas.  La visita igualmente me dio la oportunidad de conocer mejor la ciudad, aprender un poco del país y tratar con mayor profundidad a colegas del campo profesional que ya mencioné a lo largo del reporte.  Gracias a todos por sus atenciones, me sentí en casa, como el clima, el preludio de primavera que estuvo asoleado y acogedor, las personas fueron cálidas y hospitalarias.