Las enormes nubes, de blanco algodón, como montañas, se desdoblaban para formar una especie de tsunami gigantesco e inmóvil, que se levantaba desde casi el ras del suelo hasta el cenit del horizonte que circundaba Campeche. Al frente, en primer plano, las casas de la vera del mar lucían asoleadas, con un brillante sol de atardecer, que tornaba alcalinas sus fachadas; sin embargo, al fondo, las nubes llegaban desde tierra avasallando, como enormes cordilleras empujadas por el aire: con solo tocar la tierra se reventaban como globos de agua, esparciendo millones de gotas. Al desplomar su carga, las nubes se tornaban grises, negras, como si la presión atmosférica las hiciera cambiar de color, para convertirlas en hematomas del cielo.
El piloto, justo cuando planeaba el descenso, recomendó precaución a los pasajeros por la turbulencia, “A 10 kilómetros del aeropuerto está a punto de reventar una tormenta, voy a acelerar, para ver si podemos aterrizar, de lo contrario nos vamos a Ciudad del Carmen”. Instintivamente volteamos hacía tierra firme, donde media ciudad estaba devorada por las descomunales nubes, que como borbotones de gases blancos, en pináculos diversos, pero unidos, llegaban cubriendo la luz del sol, para dejar en penumbras a la población.
Bajamos de las alturas, y en cuestión de segundos se miraba el aeropuerto a punto de ser engolfado por la vanguardia de la tormenta. El descenso fue más bien vertical, pero tocamos tierra justo al llegar la lluvia, para quedar envueltos en la neblina. Esperamos en el avión, un pequeño jet, mientras el personal de tierra llegaba con enormes paraguas, que lamentablemente no sirvieron de mucho, salvo para tapar la cabeza, ya que las ráfagas de agua nos empaparon las ropas, especialmente a la altura de las piernas. Las maletas de mano se mojaron, a algunas de mis pertenencias, entre ellas un libro, les alcanzo a llegar la humedad. Ya dentro del aeropuerto, muchos pasajeros sentimos esa sensación de alivio, de triunfo, por haber llegado a la capital de Campeche y no a otro aeropuerto. Sin embargo, el espectáculo del aterrizaje había sido fantástico, impresionante, algo que sólo se podía percibir desde las alturas, y sin estar en la marejada de nubes, que presurosas avasallaban la ciudad, para descargar su agua, antes de terminar en el mar.
El objetivo del viaje a Campeche fue participar con una conferencia sobre “Evaluación del aprendizaje para el desarrollo de habilidades informativas”, en la reunión del comité de este tema que encabeza la Universidad Autónoma de este Estado, bajo el liderazgo de su directora de bibliotecas, Verónica Lara, y el de otros miembros institucionales de la región Sur–Sureste, quienes tienen el ambicioso plan de generar un programa para toda esta región del trópico mexicano, donde se incluye a la Universidad Veracruzana. En el programa de la reunión participaron dos experimentadas colegas del Colegio de México, Guadalupe Vega y Lourdes Guerrero, en unas sesiones que se prolongaron por todo un día en la bonita y moderna biblioteca central de la casa de estudios anfitriona.
