Brasilia – Veinte años después

diciembre 13th, 2008 by Jesus Lau

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Era joven todavía, tenía 28 años, su cuerpo era delgado, magro aún.  Ahora su físico ha crecido, se ha anchado, posiblemente ya tenga cirugías estéticas en su haber, y con seguridad hasta usa Botox, como es normal en personajes de su tipo, que lo requieren para mantener la lozanía y la frescura que necesitan quienes moran en ella.  Vuelvo a ver esta moza 20 años después, conserva y mantiene las características que le dieron fama mundial, cuando la crearon.  Aún es posible recorrer visualmente su cuerpo desde la cabeza hasta su cintura sin mayores protuberancias que las originales con las que nació en 1960.  Esta garota, esta fémina, es nada menos que Brasilia, la capital de Brasil.  Regreso a ella, aunque he venido varias veces a esta nación sudamericana, casi siempre ha sido a Sao Paulo y las ciudades del sur.  Ahora la gran capital se extiende mucho más allá de su lago artificial, el Paranoá, tiene una mayor infraestructura, más edificios, y un puente esbelto ultramodernista que cruza dicho lago, cuyo nombre es Juscelino Kubitschek y fue declarado el puente más bonito del año en que se construyó, según una revista de corte mundial.

Información y salud. Vine a participar en un coloquio de la Universidad de Brasilia de tres días sobre comunicación e información en salud, que se caracterizó por empezar desde la mañana hasta el anochecer, lo cual hacía que mi columna tomara forma de silla al final de cada jornada.  Al concluir el evento, me tomé tres días, uno para asistir a la reinauguración de la Biblioteca Nacional de Brasil, la cual fue, según me dicen, inaugurada hace dos años, pero no abrió al público por algunos retos que tenía el edificio, para luego volver a ser inaugurada en marzo del 2007, aunque tampoco abrió sus puertas, por falta de muebles y personal.  En esta tercera ocasión, bajo el liderazgo del conocido bibliotecólogo, Antonio Miranda, como director bibliotecario, y el reconocido director del IBICT (Instituto Brasileiro de Informação em Ciência e Tecnología), Emir Suaiden, fue amueblada, y equipada con excelente e innovador equipo de cómputo, con toques de gran tecnología, como el pasillo de entrada, que al cruzarlo puede uno admirar los rayos láser que reflejan el directorio de servicios de la biblioteca en un lado; y en el otro, dibujan fotografías de fachadas de bibliotecas brasileñas y portuguesas.   Luego, al entrar al vestíbulo, hay un espejo virtual que lúdicamente deforma el cuerpo humano, al acercarse, como indicando la transformación cognitiva que sufrirá el usuario al cruzar los umbrales de este templo del conocimiento.  Las dimensiones del edificio no son tan grandes para las bibliotecas de su tipo, tiene 13,000 metros cuadrados.  Está ubicada en el espacio cultural de Brasilia y compite arquitectónicamente con el museo de arte, y remotamente, allá en Río de Janeiro con la antigua Biblioteca Nacional, donde residía la capital brasileña antes de mudarse a Brasilia.

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Foto con Oscar Niemeyer. En la inauguración había un pastel blanco de varias capas, para celebrar el cumpleaños del hacedor de Brasilia, el arquitecto Oscar Niemeyer (15 de diciembre de 1907), así como unas tartas de chocolate con su nombre, ya que cumplía 101 años de vida.  Su nombre esta íntimamente ligado con la ciudad que diseñó junto con Lúcio Costa, durante el mandato presidencial de Juscelino Kubitschek (1956-1961).  Los discursos y el cóctel fueron en el Museo Nacional de Arte, un óvalo blanco que surge de la plancha de concreto.  Ahí estaba Niemeyer, con su esposa, una dama medio siglo menor que él, de 50 años, con quien se acaba de casar; con periodistas que circundaban todo el presidium.  Me compré una revista de arquitectura, y me puse a hacer fila, para que me firmara dicho fascículo para mis sobrinos, Amílcar y Mache, algo que hizo, y aproveché para que me tomaran unas fotos con este longevo hombre de gran creatividad arquitectónica.

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Mi cumpleaños – Música Choro. Posterior al cóctel, me fui con mis anfitrionas, y otros colegas del coloquio, a un club de música brasileña, el Clubbe do Choro (lloro – llanto) de Brasilia, una escuela que enseña música tradicional, donde desfilaron grupos tocando distintos instrumentos.  El lugar, una especie de cueva de concreto, en un subsuelo del camellón del eje central o gran avenida, que servía un excelente surtido de bocadillos locales, entre ellos una buena sopa de papa con un quelite picado finamente.  Tuve el privilegio de que la banda principal, la última que tocó, me cantara el Feliz Cumpleaños (Happy Birthday), justo en los minutos de la víspera del 12 de diciembre.  El director del grupo, un excelente músico, que tocaba todo tipo de flautas, me dedicó la canción y al final de la actuación lo hizo personalmente, dado que uno de mis colegas le había informado de mi fecha personal.  Fue un momento grato y jubiloso, porque luego algunos parroquianos me felicitaron, además de mis colegas, donde se encontraban españoles, una venezolana y colegas brasilienses.

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En una editorial. Ya el 12 de diciembre, en mi natalicio, tuve una reunión larga de casi toda la mañana, con el director de la editorial Thesaurus, donde aprendí muchos detalles de esta empresa, de tipo familiar.  La organización ha publicado ya más de 1,500 títulos desde su origen en los años 70´s.  Escuché los retos que tienen ante los grandes monopolios editoriales que publican sólo lo que se vende masivamente, y que poco a poco ahogan a las casas impresoras pequeñas, que se caracterizan por publicar a autores nuevos.  El director lleva una relación casi íntima con los autores, me tocó conocer a tres de ellos, que fueron a verle por distintos detalles durante la mañana.  Uno de tales escritores me firmó y regaló su más reciente novela.  La conversación con el dueño de la editorial fue rica culturalmente, aprendí sobre la industria editorial y sobre el quehacer de la vida de Brasil.  Acordamos que publicaría en portugués algunos de mis materiales y me dio una colección de obras bibliotecológicas.

Recorrido ciudad. En la  tarde, después del medio día, tomé un recorrido turístico por la ciudad, que inició en la pequeña capilla dedicada a la virgen de Fátima, con un edificio en forma de toga de monja, luego nos llevaron al memorial Juscelino Kubitschek, ubicado en un lugar alto, desde donde se puede observar buena parte de la ciudad, ya que es la más alta de esta plana urbe.  El monumento es de formas curvas, con una columna, donde se ubica la estatua del ex-presidente, quien es considerado el padre de Brasilia, ya que fue quien inició y ordenó su creación, y la mudanza de la capital, ubicada anteriormente, como se mencionó, en Río de Janeiro.  Esta ubicación de la capital se había, decidido desde la independencia de Brasil, y se registró en su primera constitución.  La gran avenida del eje central, que divide a la ciudad, tiene un inmenso camellón con césped y árboles de unos 20 metros o más de altura; aparenta ser un parque, más que el espacio divisorio de una avenida.

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Trazo urbano. La ciudad tiene el trazo de un avión.  La cabina del piloto lo conforma la rúa de los ministerios “secretarías”, 17 edificios de arquitectura sencilla, rectangular, con ventanales y protectores solares verdes, todos se levantan a ambos lados del gran eje, que conduce a la plaza de los tres poderes de la república, donde dominan las dos torres del congreso, una para diputados y otra para senadores, con un edificio en forma de plato a cada lado aunque invertidos, donde sesiona cada grupo legislativo.  Luego, al lado de estos edificios, se ubica el palacio de Planoalto, sede del poder presidencial, teniendo al frente al supremo tribunal de justicia; ambos edificios de menor proporción y separados por una gran plaza, donde se levanta el monumento a los miles de trabajadores que en poco más de tres años edificaron esta ciudad.  Al fondo está un museo, con un edificio que refleja abstractamente a una paloma.  Todos estos edificios son blancos y algunos están cubiertos de mármol.

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Palacio presidencial. Otro punto del recorrido, fue el palacio de la Alborada: la casa del presidente, la cual tiene césped enorme, con un canal de agua, que sirve para que los peatones no crucen hacia adentro.  En la puerta principal está un soldado de traje blanco, color oficial de la guardia presidencial, que me recordó el de los hindúes, probablemente deban gastar mucho jabón y agua para mantenerlos impecables.  Al regreso del paseo, me tocó el cambio de bandera en Planoalto, el otro palacio, algo que se realiza los viernes, donde había decenas de estos soldados.  El portero de la casa presidencial permanece en posición de escultura por dos horas, para luego ser sustituido por otro humano.  Ahí junto a él, esta la puerta simbólica (no hay rejas) a la residencia presidencial, que tenía un gran árbol de mango, con fruta madura, algo raro de ver en diciembre para un mexicano, pero acá es normal, porque la estación es la primavera del lado austral del mundo, y era casi verano.

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Ciudad para autos. Brasilia está hecha para automóviles, es como las ciudades norteamericanas, pero en superlativo, es un reto peatonal caminar las grandes distancias, con pocas banquetas y un sol abrasador.  Es verde, porque tiene grandes espacios de césped y árboles entre edificios, y entre calles y banquetas.  Aún cuando pudiera tener ciclopistas, no las tiene, casi no se ve gente en bicicleta.  El transporte público no es obvio, cuando menos no me pareció ver tantos autobuses urbanos.  La distribución de los edificios para la vida urbana se agrupa en giros formando grandes supercuadras.  Hay cuadras especiales para vivir a ambos lados de las alas del avión figurado, todos iguales, con seis pisos, y una calle para el comercio.  Los giros industriales también están agrupados por tipo, por ejemplo la editorial que visité esta junto a negocios del mismo tipo, y así sucesivamente con otros giros comerciales.  Las embajadas, en consecuencia, están todas juntas, donde por cierto, la mexicana destaca por su arquitectura moderna, espaciosa y abierta a la vista, donde al frente está una réplica de la cabeza Olmeca.

Retorno.  Regreso, tal como llegué, en un vuelo nocturno de nueve horas de Sao Paulo a la Ciudad de México, más las conexiones de Brasilia y Veracruz.  En la vuelta se retrasó el avión, así que perdí conexiones y en lugar de llegar en la tarde arribé en la noche a mi destino final.  Ahora, antes de abordar el avión en Sao Paulo, me tiré en el piso de granito del aeropuerto, junto a un ventanal y puse mi bolsa como almohada y la maleta de la computadora como descansa pies, para cambiar la sangre de mis piernas antes de entrar a la jaula aérea, donde me haciné con otros 250 pasajeros por toda una noche, para volar, respirar, dormir, comer, ir al baño y dejar pasar el tiempo para llegar al Distrito Federal.  Me despido, he visto con gusto a Brasilia, la dama casi cincuentona, crecida y aumentada, pero luciendo todavía moderna y fresca urbanamente.  Saludé a la familia que me invitó y hospedó cuando vine por primera vez a estas tierras, sus niños, menores de diez, en esa época, ahora están casados, y dos de ellos ya con bebés.  Veinte años es mucho tiempo en la vida de un humano y muy poco para una ciudad como Brasilia, la cual sigue siendo una moza.

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Reporte Brasilia Veinte Años despues 08word_icon